El edificio del Gran Hotel obra de principio de siglo, es la primera y más emblemática arquitectura del salón urbano que se generó en la ciudad a partir de la llegada del ferrocarril tal como reza el tÍ́tulo del proyecto inicial del Arquitecto Daniel Rubio «Gran Hotel para viajeros». Su fachada ecléctica bien ordenada, con la importante inclusión en el transcurso de la obra de remates de corte modernista que triunfaban en ese momento en la arquitectura levantina.

Afortunadamente, debido a la inclusión en el catálogo del Plan de 1985 el Gran Hotel se salvó de la quema, y aunque abandonado a su suerte debido a las reiteradas intervenciones irrespetuosas y especulativas en los años setenta, todavía permanece en pie como hito histórico, testigo del nacimiento de la ciudad moderna.

El proyecto se mueve en base a tres formas de intervención:

RESTAURACIÓ́N pura en el sentido clásico, en aquello que es natural al edificio «su forma de ser»: se devuelve la fachada de la entrada a su estado original y se propone un proyecto para restaurarla í́ntegramente.

CORRECCIÓ́N de los errores o desajustes que en su dí́a no fueron bien resueltos: se recupera el volumen de la linterna central de la suite, ya que estaba concebida como puro ornamento exterior. Se rehacen las bóvedas de la escalera principal de forma coherente a su trazado. Se diseña una cúpula vaída en sustitución de la existente modernista que se perdió en la reforma anterior.

SUSTITUCIÓ́N de todo aquello que fue añadido de forma inadecuada o irrespetuosa por una arquitectura que trata de actualizarlo sin solaparse: deslindando claramente las fábricas esenciales de la nueva actuación. Tanto el bloque de servicios de las habitaciones, como el mobiliario, los parabanes que sirven de fondo a los salones y el conjunto del nuevo vestí́bulo están tratados como cajas exentas, intercambiables, livianas (a modo de mobiliario fijo), con un sistema de construcción y una geometrí́a limpias, demostrando claramente su actualidad. Se incluye así́ un nuevo estilo escenográfico que se suma al contexto, incidiendo, más si cabe, en el planteamiento ecléctico del propio edificio.

Toda la fachada estaba concebida con un aire teatral representando lo que el viaje tenía de extraordinario, de mundano «Gran Hotel para Viajeros». El viaje como «farsa» lejos de lo cotidiano.

El proyecto se propone reforzar este concepto teatral con el que estaba pensado el edificio, y para ello se proyecta una operación de envergadura: interponiendo una gran embocadura o proscenio entre el espacio escénico del vestíbulo y el atrio que se forma entre éste y la arcada de la fachada a la ciudad (el patio de butacas) donde se resuelve de paso los problemas de accesibilidad que genera la sobreleevación de la planta baja sobre el nivel de la calle.

Todo el desarrollo arquitectónico insiste en poner de manifiesto el contraste entre las fabricas macizas y adornadas del edificio antiguo (ya restauradas) y la liviandad y limpieza de la nueva intervención como un caja dentro de otra, tanto en el frente de la embocadura como en la conformación interior de todos los escenarios (vestíbulo, cafetería, sala de estar, salones de planta primera), que se limitan con una profusión de bambalinas y decorados.

Tanto la conformación espacial como el tratamiento teatral del los cerramientos como los nuevos materiales: travertino romano, palma de caoba, acero pavonado, vidrio y estuco, le aportan un calidad sensorial muy intensa sin recurrir a ningún tipo de ornamentación y definen con claridad el contexto teatral de la nueva intervención, a lo largo y ancho de toda la sección del edificio, desde el vestíbulo sobre elevado de la calle hasta la linterna que remata la suite en la coronación de la esquina del edificio.

Toda la arquitectura interior se convierte en un decorado que se solapa sin tocar las fábricas antiguas, intercambiable y modificable según la trama a representar.  ¡Qué siga la función!